El Príncipe que Quería que los Sueños se Hicieran Realidad

Déjame que te cuente:

Dice la leyenda que en un lejano reino existía un príncipe en ocasiones compungido, desolado, triste… a veces eufórico, muy feliz y contento, y otras veces, enfadado, airado, serio, molesto… dicho de otro modo, con fuertes cambios de humor y reacciones inesperadas que no le permitían ser feliz y que preocupaban muchísimo a su padre el Rey y a todo su reino, que siempre había querido a su familia real por su buen hacer y cuidado del pueblo.

Sus padres preocupados, al ver que se hacían mayores y que llegaba la hora de que su hijo ocupara el puesto de Rey, habían llamado a todos los médicos y sabios del reino y de reinos lejanos para ver si podían ayudar a su hijo a resolver su problema: EL PRINCIPE QUERIA QUE SUS SUEÑOS SE HICIERAN REALIDAD, y no conseguirlo le provocaba esa continua inestabilidad.

El príncipe preguntaba a todo aquel que venía a curarle o enseñarle, qué debía hacer para conseguir que sus sueños se hicieran realidad y poder ser feliz, y siempre probaba todo lo que le proponían.

Mientras lo ponía en práctica su ilusión, su euforia y felicidad llegaban al máximo, pero poco después, tras comprobar que el sueño no se cumplía tal como él esperaba o bien su impaciencia no le permitía esperar a ver si el sueño se cumplía, a veces caía en una profunda tristeza o en un monumental y desmesurado enfado.

El pobre príncipe cada vez estaba más convencido de la imposibilidad de hacer realidad sus sueños. Sentía momentos de renuncia, de bajar los brazos y convencerse que finalmente él no podía hacer nada para conseguir su objetivo. Otras veces necesitaba creer que no podía ser así y buscaba incansable el secreto del hacedor de sueños.

Cierto día llegó al castillo una vieja mujer de pelo largo y blanco, cansada, sedienta y hambrienta. Algunos lugareños le dieron cobijo, alimentos y aseo mientras ella iba de casa en casa contando historias y cuentos de lugares lejanos, historias que transformaban a aquellos que la escuchaban. Allá por donde pasaba la vieja dejaba comentarios de aquellos que la escuchaban y se contaba de ella que cuando explicaba una historia los oyentes se quedaban pensativos, se paraban y encontraban soluciones a sus dudas y preguntas.

Las historias de la vieja llegaron a oídos del Rey que enseguida pensó en conocerla y ver si los cuentos de aquella señora podían ayudar a su hijo. Al comentarlo con su hijo éste le dijo que «qué podía enseñarle una vagabunda andrajosa recorredora de caminos…»

Un buen día el joven estaba con su caballo en el patio de armas y escuchó a sus lacayos hablar de “la viajera hacedora de sueños”. El príncipe guiado por aquella palabra que tenía para él un magnetismo especial, “sueños”, preguntó a sus sirvientes de qué hablaban. Quedó sorprendido cuando éstos le dijeron que la vieja que había llegado al pueblo guardaba un secreto poder, y que a través de sus historias conseguía que los que la escuchaban fueran felices cumpliendo sus sueños. En ese momento el príncipe fue en busca de su padre para pedirle que llamara a palacio a la vieja.

Cuando la anciana llegó a palacio, el Rey le explicó el problema de su hijo y le pidió que lo curara a lo cual ella contestó que no podía hacer nada por él, pues no tenía ningún conocimiento ni estudio que no fuera su propia experiencia, su vida, sus viajes, lo observado…y que todo lo más que podía hacer era entretenerlos con uno de sus relatos mientras le concedían el deseo de compartir mesa con un Rey y su familia.

El Rey aceptó y después de la copiosa cena, mientras disfrutaban los manjares de los postres, la vieja comenzó a hablar:

      ¿Conocen un país llamado Grecia?…Estuve viviendo allí durante muchos años, en una pedanía de nombre Atenas tienen una extraña costumbre…algunos jóvenes del lugar, después de trabajar en el campo, de ayudar a sus familias, y de seguir su formación con sus maestros, el resto del tiempo, lo dedican con muchísimo esfuerzo, dedicación y pasión a hacer una actividad que llaman juegos…Hay de muchos estilos y formas…Diariamente he podido observar su esfuerzo, su alegría, su dolor, su pasión….Les observaba y me entusiasmaba ver como aprovechaban cualquier momento de su vida para entrenarse en aquella actividad…En el campo iban corriendo de un lado a otro, otros cargaban con grandes pesos, otros avanzaban con grandes saltos…o lanzaban los objetos más pesados inimaginables lo más lejos posible…Todo ello me parecía tan extraño…tan incomprensible… Un día, cuando la curiosidad de ver que día tras día, semana tras semana, mes tras mes e incluso alguna añada, aquellos jóvenes realizaban aquellas actividades con el mayor amor del mundo, con la mayor dedicación aun cuando era trabajosa, cansada e incluso dolorosa a veces, no pude resistirme a preguntarle a uno de ellos pues no comprendía el sentido de dicho esfuerzo. El muchacho me explicó que era un participante de los “juegos olímpicos”. Me contó que cada cuatro años se realizaban en Olimpia, otra ciudad del reino, unas fiestas atléticas donde se reunían muchos jóvenes de distintas ciudades/estados y reinos para competir en unos juegos que paralizaban todos los conflictos que existían entre dichas ciudades y reinos, trayendo unos meses de paz entre los pueblos además de diversión y gozo. Relataba que sólo eran algunos los elegidos para participar en aquellos juegos y que había muchos jóvenes deseosos de participar en ellos pues era un gran honor representar a su pueblo, así es que debían dedicar esos cuatro años para prepararse muy bien y así tener “alguna posibilidad” de participar en ellos.

Después de pensar durante unos segundos sobre lo que me había contado solo pude preguntarle si valía la pena tanto esfuerzo para una simple posibilidad de participar que no sabían si llegaría. Y a mi pregunta contestó diciéndome: “es mi vida y mi vida son mis sueños y mi sueño es llegar a tener la oportunidad de participar en esos juegos y solo existe una forma de hacer realidad mi sueño…convertir el camino hacia mi objetivo en mi sueño también y disfrutar de él, hacer de estos cuatro años y de cada uno de sus días y momentos, mi sueño, disfrutando de él, saboreando el triunfo y la ilusión que me empujan a entrenarme, que me empujan a soñar…”. Imbuida por la pasión que el joven despertó en mí, esperé con una gran impaciencia dichos juegos, y aunque los juegos me encantaron y disfruté de ellos, sentí una gran tristeza al no ver entre los atletas al joven que había estado observando diariamente mientras se preparaba a lo largo de cuatro años. Traté enseguida de ir a su encuentro y le encontré en el lugar de siempre, entrenándose…Le comenté que estaba triste pues al no verle comprendí que no había sido elegido y le pregunté cómo se sentía y me dijo: “no estés triste por mí, te engañaría si negara que no conseguir mi sueño no me resultó doloroso, pero entonces pensé en que pude observar a aquellos que si lo consiguieron, pude valorar sus metas conseguidas y observar su actitud, su entrenamiento, y comparar con lo que yo hacía y comprender que debía hacer. También supe que dentro de cuatro años tendré más competidores pues como yo, aprendimos muchos, así pues, pensé que había de volver corriendo a entrenarme, a poner en práctica todo lo aprendido y a mejorarlo para estar a la altura, mis sueños eran otros ahora, debía superarlos a ellos, pero aún más importante, superarme y mejorarme a mí mismo. Entendí que aunque me presentara dentro de cuatro años mi sueño y objetivo debe ser diario, debo ganarles cada día para ganarles en algún momento, no importa cuando”. Jejeje…la respuesta del joven me pareció una gran lección recibida y aun así no pude evitar preguntarle de nuevo que ocurriría si no pudiera llegar nunca, a lo que respondió: “nadie podrá quitarme todo el tiempo que soñé en conseguirlo, la ilusión que me movió a intentarlo y lo muchísimo que habré mejorado en los juegos atléticos, además de tanto como he disfrutado persiguiendo mi sueño”. Por último no podía marcharme de allá sin hablar del premio conseguido. Le comenté que había visto que el premio era una suerte de medalla que le colgaban del cuello solo a los tres primeros y que todos lloraban al recibirla y le dije:

–   Os pasáis una vida entera cuidándoos, entregados plenamente a vuestro esfuerzo y pasión para tener solamente “una posibilidad” de subiros a un cajón y que os cuelguen una medallita cada cuatro años…y lloráis cuando os la entregan ¿por qué?

Ese es el camino olímpico -dijo el muchacho-, un sendero de sueños que pueden o no hacerse realidad, un recorrido pleno de amor y pasión por lo que hacemos, pues nuestros sueños están en disfrutar de dicho viaje y por eso lloramos al recibir el regalo que nos dice que el camino, por fin ha sido bien hecho. Un regalo que nos dice que hemos sido capaces de cumplir todos y cada uno de los sueños hasta entonces soñados mientras caminábamos. Sin ese trayecto, el regalo sería imposible y no tendría razón de existir….no existen las metas, los objetivos o los sueños…el camino emprendido debe ser esas metas, esos sueños…

En ese momento se hizo el silencio, y después de unos segundos de calma, como si el tiempo se hubiera parado…como si las mentes de los allí presentes estuvieran transitando hacia lo más profundo de su ser…o como si hubieran viajado a Grecia por unos momentos y estuvieran recorriendo el camino olímpico, el príncipe susurró:

–  Nunca había pensado que pudiera ser de esta manera la senda de los sueños…como un camino olímpico….tienes razón, sin dicha senda los sueños serían imposibles y no tendrían sentido…

– Pues así es -dijo la vieja- un viaje de constancia, acción, trabajo, esperanza, esfuerzo e ilusión que tiene como premio la posibilidad, solo la posibilidad de recibir un regalo que demuestre que supiste aprovecharlo y disfrutarlo. Y además esos muchachos entienden que si no lo reciben, o bien es porque no hicieron bien su recorrido o bien porque alguien lo hizo mejor…y vuelven a casa y siguen entrenando con el objetivo de tener de nuevo una posible oportunidad, sólo cada cuatro años. Muchos de ellos, después de dedicarse toda su vida a ello, no consiguen llegar o lo hacen en alguna sola ocasión, y entonces, como le ocurrió al joven de mi historia, son capaces de aprender de su experiencia tanto, que cuando ya no tienen edad para competir, dedican su vida a ayudar a otros jóvenes a conseguir sus sueños con el mismo amor y pasión que ponían ellos, y si sus discípulos llegan, también sienten que ellos han recibido por fin su premio.

– me guardaré estas palabras….no lo había visto nunca así -susurró el príncipe-.

– Así es la vida -añadió la anciana- una ruta de sueños que primero harás como jugador olímpico y después como maestro porque los sueños cumplidos….el verdadero regalo…no es el que te darán desde fuera…no es una medalla…un premio, si no que el verdadero sueño cumplido siempre ha estado allí donde tú te sientes bien contigo mismo…allí donde disfrutas de quien eres…de tus sueños cumplidos o no…de tu viaje, de tu vida

– Guardaré en mi memoria todo lo que has dicho y lo reflexionaré -dijo el príncipe-, porque nunca lo había visto así.

La anciana marchó alegre a seguir su viaje y al alejarse giró la cabeza y con la mirada fija en mis ojos me dijo: ¿Y tú, sabes disfrutar de tus sueños?

Y colorín colorado ¿este cuento te ha gustado?

Autora: Pilar Tobias

Imágenes cedidas por Albert Martín y Rosa Mª Martí. Composición: Pilar Tobias

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